Cuando aún era pequeño quería tener un perrito, creía que teniendo su compañía ya no me iba sentir solo. Eventualmente lo tuve; lo disfruté mucho. Recuerdo, dormía con él en la pequeña casita que le había construido. Algo infantil y maduro, al mismo tiempo. Cierto día, lo perdí. Lo lloré mucho, sentí morirme en ese momento. Luego, descubrí que un perrito se puede reemplazar por otro, y por otro, y por otro.
Entonces crecí y quise tener una enamorada, creía que teniendo su compañía ya no me iba a sentir solo. Eventualmente la tuve; la disfruté mucho. Recuerdo, conversábamos largas horas sobre las mismas cosas que para nosotros seguían siendo nuevas. Algo puro y atrevido, al mismo tiempo. Cierto día, la perdí. La lloré mucho, sentí morirme en ese momento. Luego, descubrí que una enamorada se puede reemplazar por otra, y por otra, y por otra.
Ahora soy grande y quiero tener un hijo, creo que con su compañía ya no me sentiré solo. Eventualmente lo tendré, lo disfrutaré mucho. Imagino dormir con él en la gran casa que pienso construirle para poder conversar largas horas sobre las mismas cosas que para nosotros seguirán siendo nuevas. Seremos al mismo tiempo, algo infantil y puro; algo maduro y atrevido. Cierto día, lo perderé o tal vez él me perderá. Lo lloraré mucho mucho o él me llorará más. Luego, ambos descubriremos que un amor de padre, un amor de hijo, jamás se podrá reemplazar.
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